sábado, 24 de julio de 2010

Extraordinaria velada poética. (Rara avis)

Anoche asistí, invitada, a una velada poética de lo más deliciosa y extraordinaria. Bajo las amplias ramas protectoras de un nogal, plantado hace veintisiete años por el dueño de la casa, un grupo heterogéneo de  personas -mujeres y hombres de todas las edades, incluso niños, que se portaron de maravilla- sentados en corro alrededor del tronco del nogal, al que jocosamente el grupo llama "el tótem", fue leyendo en voz alta un poema. Cada uno compartía con los demás un poema que le gustaba en especial, sólo por el placer de compartirlo. Había un poeta famoso, sentado entre los demás como un participante cualquiera.  Alguien leyó algún poema propio. Ningún aplauso después de cada lectura. Sólo un gran aplauso final al terminar la ronda. Se hicieron tres rondas.
¡Qué delicia -y qué cosa tan poco corriente- leer y escuchar poesía  con personas sin ego, sin vanidad, sin envidia, sin celos! Sólo el placer de la poesía y de la amistad. Bajo un totémico nogal y una espléndida luna llena. Placer desnudo de toda intención  salvo la de dar a conocer a otros un poema que por alguna razón te ha emocionado más que otro. Placer que impregnaba el ambiente,  se respiraba y se introducía en todos tus poros. 
Sólo conocía a dos personas del grupo, las que me invitaron a asistir, pero regresé a casa con una sensación de plenitud que hacía tiempo que no sentía. Regresé a casa con un montón de amigos, a muchos de los cuales tal vez no volveré a ver jamás o cuyo nombre ni siquiera sé. Pero el gozo de compartir poesía sin ego -algo tan difícil, tan escaso- nos unió para siempre.

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