lunes, 19 de abril de 2010

Naturaleza vs economía y técnica y otras divagaciones

Aunque soy de temperamento nervioso y talante protestón, el cierre del aeropuerto de El Prat el domingo 18 de abril me pilló allí y no me dio el telele airado de otras ocasiones.
 Tenía que ir a Granada en un vuelo que salía a las 7.30. A las 10 por fin anunciaron por megafonía que por razones de seguridad cerraban el aeropuerto. Me alegré. El cielo tenía un aspecto que, dadas las circunstancias, no resultaba muy atractivo para viajar en avión. Jamás me ha dado miedo el avión, pero si ayer me hubieran dejado embarcar no sé si  lo habría hecho.
Aceptamos con resignación lo que no se podía remediar y he de decir que, en lo que a mí respecta, no tengo ninguna queja. En todo caso el que no hubieran cerrado el aeropuerto antes, en lugar de tenernos en la incertidumbre tanto tiempo (al menos los que estábamos allí desde tan temprano). Las maletas salieron enseguida. Las colas para cambiar de billete eran larguísimas, como es de suponer, pero mi compañía aérea, Vueling, iba repartiendo botellines de agua (no sé lo que hicieron las demás). En la cola nadie se quejaba: todo el mundo era consciente de que no había más culpable que el volcán.
Dos horas y media de cola dan para bastante: charlar con desconocidos, hacer amistades fugaces pero intensas en aquellos momentos y, sobre todo, pensar y reflexionar.
¿Qué pensé? Muchas cosas, por ejemplo, que si no se hubieran inventado los aviones no nos habríamos encontrado en aquella situación (jaja, en momentos así o te ríes o te haces el harakiri). La técnica avanza que es una barbaridad, creo que decía una zarzuela que mi padre escuchaba a menudo, pero no tiene en cuenta la Naturaleza. Claro, si el volcán de Islandia, de nombre impronunciable e imposible de recordar para mí, hacía unos 250 años que estaba quieto, ¿quién iba a pensar que un día de abril de 2010 daría señales de vida?
 Y yo, en el fondo en el fondo me alegraba un poquitín de que la Naturaleza nos hubiera dado un toque de atención -y sin causar víctimas-  para recordarnos su existencia y su poder sobre el hombre y todo lo que la técnica pueda crear.
También pensé que estamos tan acostumbrados a la comodidad que cuando la Naturaleza nos la arrebata nos rebelamos y no recordamos que todo tiene dos caras, como las monedas: ventajas e inconvenientes. Mala suerte si la erupción del volcán te pilló cuando tenías que viajar en avión.
Lo que sí me ha sacado de mis casillas esta mañana ha sido  escuchar en la radio la noticia de que las compañías aéreas presionan a los aeropuertos para que abran debido a las grandes pérdidas económicas que este incidente representa para ellas y las nefastas consecuencias que va a tener en la (según dicen) incipiente recuperación de la economía mundial.
Es cierto que esto va a ocurrir.  Y ha causado grandes inconvenientes a muchas personas. También ha servido para que algunos hayan hecho un negocio inesperado: los transportes por vía terrestre y los hoteles, por poner un ejemplo. Pero lo que me indigna  -y me entristece- es vivir en una sociedad en la que el miedo a las pérdidas económicas prevalece sobre la seguridad de las personas, en la que la vida carece de valor o lo pierde ante el dinero. Me parece que estamos perdiendo el Norte, si no lo hemos perdido ya.
Y sí, más bien soy contraria a la técnica, por mucho que nos facilite la vida.

viernes, 9 de abril de 2010

Sistema escolar ¿catalán? ¿español? ¡Marciano! (con todos mis respetos por los marcianos)

¿¿¿Cómo es posible que pidas plaza escolar para tu hija en un colegio bilingüe y LAICO y al no poder entrar en el que has solicitado porque no hay plazas te la envíen a uno monolingüe y DE CURAS??? No entiendo esta sociedad, este mundo. ¿Es libre una sociedad que no puede elegir dónde y cómo quiere educar a sus hijos, la sociedad del futuro? ¿Es humano hacer esperar a los padres un mes y medio para saber dónde van a "colocar" a su hijo, en la  era de la técnica, de la información instantánea, de los robots? ¿Es lógico que sólo puedas acceder a los colegios de tu barrio -con la consiguiente creación de guetos que ello conlleva- y después se pasen por el forro todos los demás criterios?
Repito: no entiendo nada. Y me irrita mucho, por decirlo de forma educada, no entender las cosas.

jueves, 1 de abril de 2010

Dolor (I)

Estoy en la cama. Me despierto. Es hora de levantarse. Voy a darme la vuelta y mi  cuerpo no  responde. Intento incorporarme. No puedo. Intento encoger las piernas. No puedo. Un instante de pánico. Dos. Respiro hondo. Alargo los brazos, me agarro al borde del colchón y a duras penas me arrastro casi hasta el borde. Vuelvo a intentar levantarme. Imposible. Otro instante de pánico. Otra inspiración profunda. Mi cuerpo está tieso como una tabla de planchar. Pienso. Logro coger el móvil de la mesilla de noche. Llamo a mi vecina amiga, amiga vecina, que vive en el piso de al lado y tiene llave de mi casa. No puedo moverme. No sé lo que me pasa. No te preocupes, ahora voy.
Llega. Levanta la persiana de la habitación. Me ayuda a incorporarme y siento una punzada de dolor como si me pasara la corriente desde la punta del dedo gordo del pie derecho hasta el cerebro, donde se incrusta. Su recuerdo permanecerá allí para siempre. Consigo medio sentarme en el borde de la cama. Imposible levantar el pie para poner una zapatilla. Voy descalza, ayudada por mi vecina amiga y por la pared, hasta el baño. El dolor es insoportable. ¿Insoportable? Lo soporto. Vuelvo al dormitorio y me arrojo en plancha sobre la cama. Completamente tiesa. Bañada en sudor. Conteniendo las lágrimas. Con taquicardia. Jadeando fuerte. Unos instantes. Unos minutos. De nuevo hago uso de la técnica de agarrarme al primer borde de la cama que está a mi alcance para colocarme en una postura digna. Cualquier movimiento me produce una descarga eléctrica de dolor desde la punta del pie hasta la punta de mis cortos cabellos. Mi vecina amiga, mi amiga vecina, me trae una infusión y un yogur. Imposible sentarme en la cama. Imposible incorporarme. Mi cuerpo no quiere doblarse. Difícil, tomarse un yogur tumbada. Pero no imposible. Los líquidos, con una pajita de plástico de esas que se doblan, son fáciles de ingerir. Mi vecina amiga, amiga vecina, tiene que irse a trabajar.
Me quedo sola en casa, en la cama, buscando con temor y lentitud una postura en la que no sienta ese electrizante dolor que ahora me tortura aunque no me mueva. La encuentro. Me quedo en ella. Y empiezo a pensar, a planear la logística.
(Continuará)