jueves, 1 de abril de 2010

Dolor (I)

Estoy en la cama. Me despierto. Es hora de levantarse. Voy a darme la vuelta y mi  cuerpo no  responde. Intento incorporarme. No puedo. Intento encoger las piernas. No puedo. Un instante de pánico. Dos. Respiro hondo. Alargo los brazos, me agarro al borde del colchón y a duras penas me arrastro casi hasta el borde. Vuelvo a intentar levantarme. Imposible. Otro instante de pánico. Otra inspiración profunda. Mi cuerpo está tieso como una tabla de planchar. Pienso. Logro coger el móvil de la mesilla de noche. Llamo a mi vecina amiga, amiga vecina, que vive en el piso de al lado y tiene llave de mi casa. No puedo moverme. No sé lo que me pasa. No te preocupes, ahora voy.
Llega. Levanta la persiana de la habitación. Me ayuda a incorporarme y siento una punzada de dolor como si me pasara la corriente desde la punta del dedo gordo del pie derecho hasta el cerebro, donde se incrusta. Su recuerdo permanecerá allí para siempre. Consigo medio sentarme en el borde de la cama. Imposible levantar el pie para poner una zapatilla. Voy descalza, ayudada por mi vecina amiga y por la pared, hasta el baño. El dolor es insoportable. ¿Insoportable? Lo soporto. Vuelvo al dormitorio y me arrojo en plancha sobre la cama. Completamente tiesa. Bañada en sudor. Conteniendo las lágrimas. Con taquicardia. Jadeando fuerte. Unos instantes. Unos minutos. De nuevo hago uso de la técnica de agarrarme al primer borde de la cama que está a mi alcance para colocarme en una postura digna. Cualquier movimiento me produce una descarga eléctrica de dolor desde la punta del pie hasta la punta de mis cortos cabellos. Mi vecina amiga, mi amiga vecina, me trae una infusión y un yogur. Imposible sentarme en la cama. Imposible incorporarme. Mi cuerpo no quiere doblarse. Difícil, tomarse un yogur tumbada. Pero no imposible. Los líquidos, con una pajita de plástico de esas que se doblan, son fáciles de ingerir. Mi vecina amiga, amiga vecina, tiene que irse a trabajar.
Me quedo sola en casa, en la cama, buscando con temor y lentitud una postura en la que no sienta ese electrizante dolor que ahora me tortura aunque no me mueva. La encuentro. Me quedo en ella. Y empiezo a pensar, a planear la logística.
(Continuará)

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