sábado, 13 de marzo de 2010

La caja de novia de la bisabuela

Una tarde de nostalgia abro la caja de novia de mi bisabuela o tal vez de mi tatarabuela, en la que guardo algunos restos de lo que por aquellas épocas fuera lo que se llama -o llamaba- una familia rica de  pueblo. No había tocado su contenido desde el día en que llegó a casa, vacía, y la llené con lo que estaba en las cajas de cartón que la acompañaban. Con prisas. Con descuido. Con vergüenza casi.  Con el pensamiento en otro sitio. Como si fueran objetos robados.
A veces la abría y miraba su contenido. Pero no tocaba nada. Sentía una especie de pudor, como si atisbara en caja ajena. Sabía que allí había sábanas de hilo con iniciales bordadas y hermosos encajes, camisones de hilo con adornos parecidos, toallas y  enormes manteles de hilo adamascado...
Cuando por fin vencí ese pudor, vi maravillas, como Howard Carter dijo al ver el tesoro de la tumba de Tutankhamón a través de un pequeño boquete en la pared y alumbrando con una vela. Auténticas maravillas de tela y encajes:  impecables, envuelta en papel de celofán cada pieza, sin estrenar. Iniciales diferentes. Algunas de ellas, grandes letras de complicados diseños y con florituras tan elaboradas que casi impiden reconocerlas, dibujadas y a medio bordar. ¿Qué ocurrió para que no se terminara la labor?¿Murió la persona que la hacía? ¿Se cansó de ella? ¿Tuvo que hacerse cargo de otras obligaciones y el bordado pasó al olvido? ¿Por qué está todo sin estrenar? ¿Tanto tenían que no vivieron lo suficiente para gastarlo? ¿O no lo usaban porque era demasiado valioso y bello?
Demasiadas preguntas que jamás tendrán respuesta.

Trato de imaginarme a aquellas mujeres: cómo vivían, qué sentían, con qué se emocionaban, con qué se airaban, para las que se confeccionaron estas  piezas (seguramente ellas mismas lo hicieron) que han ido pasando de generación en generación y finalmente han llegado hasta mí. Ahora el pudor del principio se ha convertido en amor por esas antepasadas mías  a las que no conocí, salvo  mi madre. Les doy las gracias por haberme dado parte de la sangre que llevo en mis venas y por esos maravillosos camisones y sábanas de hilo, entre las que duermo feliz por el agradable tacto de ese tejido y por el cariño y la protección que percibo que desprenden y que me envuelven, como si mi bisabuela, mi abuela y mi madre me arroparan con aquellas sábanas que ellas no pudieron o no quisieron utilizar. Como si las hubieran guardado para mí. Para que  les rinda homenaje. Para que las recuerde y las ame. Y detrás de mí van otras dos generaciones de mujeres que todavía podrán disfrutar de este precioso legado de sus antepasadas, entre las que algún día también yo  me encontraré.