miércoles, 10 de agosto de 2011

Gimnasia para los sentidos

He cogido la costumbre últimamente de ir a caminar una hora por el campo a primera hora de la mañana, antes de que el sol abrase todo lo que toca. Es un ejercicio excelente para la salud física y mental, como recomiendan los médicos, pero también resulta una estupenda gimnasia para los sentidos.
Hay que tener el oído atento porque en el silencio absoluto que reina es fácil quedarse sordo y no oír, por ejemplo, el zumbido del aire en los oídos, ni las llamadas esporádicas de los diferentes pájaros, ni las propias pisadas que aun en el suelo terroso suenan, ni los diferentes tonos con que el viento hace susurrar las hojas de los árboles cuando los hay, ni el rumor lejano de algún vehículo que circula a toda velocidad por la carretera que discurre a cierta distancia.
Hay que aguzar la vista para distinguir la gradación de los variados colores del paisaje: el amarillo de los campos segados, el verdor de los bosquecillos de almendros o de olivos, el marrón claro de la tierra seca, el perfil de  los distintos pueblecitos que coronan pequeños montículos a lo lejos, con su campanario antigua torre de vigilancia, y más allá la cadena montañosa cuyo nombre desconozco y, en los días claros y forzando un poco la vista, a veces confundidos con las nubes, los picos del pre Pirineo.
Hay que tener el tacto en buena forma para poder cortar con precisión y sin rasguñarse alguna rama de arbusto, algunas flores, algunas hojas de árbol... y alguna almendra verde; Hay que  distinguir las diferentes texturas de las hojas de las plantas, de las flores, de los árboles: finas, ásperas, punzantes, duras, secas....
El olfato es importante también educarlo, para disfrutar de los mil y un aromas que ofrece el campo: el perfume de las flores, el olor del polvo del camino, de las piedras de los márgenes que separan campos o salvan pequeños desniveles del terreno, la tierra mojada si ha llovido... y por la mañana no se percibe el famoso "aroma del campo" que te obliga a taparte la nariz porque no hay olfato humano que lo resista.
Del gusto poco hay que hablar: no soy aficionada a probar hierbas silvestres cuyos efectos desconozco, pero siempre encuentras alguna mora en su punto, almendras  y, sin duda alguna, el agua fresca de la fuente que mana sin cesar desde hace siglos.
Esta hora de gimnasia de los sentidos me está dando muy buenos resultados, pues regreso a casa relajada y al mismo tiempo con mucha energía. Y si además resulta que me va bien para el corazón, para el colesterol, para los triglicéridos, para el azúcar, para la tensión arterial, para la circulación y para perder algunas calorías, entre otras cosas que proclaman los médicos, pues mejor que mejor.