sábado, 24 de julio de 2010

Extraordinaria velada poética. (Rara avis)

Anoche asistí, invitada, a una velada poética de lo más deliciosa y extraordinaria. Bajo las amplias ramas protectoras de un nogal, plantado hace veintisiete años por el dueño de la casa, un grupo heterogéneo de  personas -mujeres y hombres de todas las edades, incluso niños, que se portaron de maravilla- sentados en corro alrededor del tronco del nogal, al que jocosamente el grupo llama "el tótem", fue leyendo en voz alta un poema. Cada uno compartía con los demás un poema que le gustaba en especial, sólo por el placer de compartirlo. Había un poeta famoso, sentado entre los demás como un participante cualquiera.  Alguien leyó algún poema propio. Ningún aplauso después de cada lectura. Sólo un gran aplauso final al terminar la ronda. Se hicieron tres rondas.
¡Qué delicia -y qué cosa tan poco corriente- leer y escuchar poesía  con personas sin ego, sin vanidad, sin envidia, sin celos! Sólo el placer de la poesía y de la amistad. Bajo un totémico nogal y una espléndida luna llena. Placer desnudo de toda intención  salvo la de dar a conocer a otros un poema que por alguna razón te ha emocionado más que otro. Placer que impregnaba el ambiente,  se respiraba y se introducía en todos tus poros. 
Sólo conocía a dos personas del grupo, las que me invitaron a asistir, pero regresé a casa con una sensación de plenitud que hacía tiempo que no sentía. Regresé a casa con un montón de amigos, a muchos de los cuales tal vez no volveré a ver jamás o cuyo nombre ni siquiera sé. Pero el gozo de compartir poesía sin ego -algo tan difícil, tan escaso- nos unió para siempre.

viernes, 9 de julio de 2010

Toque a difuntos

Esta mañana, esperaba a que el campanario del pueblecito donde me encuentro diera las diez, cuando ha empezado a sonar. Pero al tercer toque ya me he dado cuenta de que no era el tercer cuarto. He dejado lo que estaba haciendo y me he parado a escuchar. Era un toque extraño para mí, no lograba captarle el ritmo. Eso sí: era un toque lento, acompasado, ceremonioso, triste. Una nota alta, una más baja, otra intermedia, otra... y otra... y otra...
El día había amanecido nublado y una densa capa de calor me envolvía. A esa hora ya reina el bullicio en la ciudad, pero no aquí . El silencio era absoluto salvo por el resonar de las campanas. Creo que hoy ni los pájaros cantaban.
De repente se me ha puesto la piel de gallina. Ayer me enteré de que había fallecido una anciana de 100 años, y aquellas campanas lo anunciaban al pueblo entero. Era el famoso antiguo toque de difuntos.
Una extraña melancolía se ha apoderado de mí.
En este pueblo están enterrados gran parte de mis antepasados, y era como si esas campanas sonaran por ellos y me dieran la bienvenida (macabra bienvenida, pero para mí  era dulce, amorosa...) ahora que  he decidido venir aquí a rescatar su memoria.
Han sido unos instantes de profunda y extraña emoción, pues no conocía a la persona fallecida.
Me parece excelente que se conserve la tradición de utilizar las campanas para comunicar noticias a todo el pueblo. Espero que las nuevas tecnologías no acaben con esta práctica.

jueves, 1 de julio de 2010

¿Todavía te decepciona la gente? Ilusa...

Pues sí, soy tan ilusa que todavía creo en la gente. Para empezar, si no  he hecho ningún daño a nadie, ¿por qué voy a pensar que alguien me lo va a hacer a mí? Hasta que me lo hacen, más o menos consciente o inconscientemente. Y entonces me derrumbo. Y me flagelo. Ilusa. Estúpida. Inocente. A tu edad... ¿todavía con el lirio en la mano?
Envidia, soberbia, egoísmo, ineptitud, y a veces simple estupidez, por no decir maldad. Todo aflora algún día, en algún momento, y aquella persona a la que no sólo tenías en gran estima sino por la que sentías admiración en el instante menos pensado cae en alguna de estas trampas que todos llevamos dentro y zas, te la pega. La puñalada trapera. 
Y una no aprende nunca. Y una está cada vez más cansada. Y una al final dice que se vayan todos allí donde huele mal, que es el lugar que les corresponde. Y una huye hacia otro lugar, en busca de una paz que sabe que no encontrará. Porque volverá a encontrarse con la envidia, la soberbia, el egoísmo, la ineptitud y a veces la simple estupidez por no decir maldad.
Porque en el fondo, una sabe que todo reside en una misma. Una sabe que allá adonde vaya estará siempre sola consigo misma. Una sabe que no hay nadie sino una misma. Y esto a veces da miedo.